martes, 23 de agosto de 2011

La Chinoise, de Godard




Aquí está Godard el filósofo, el maoísta, el izquierdista remendón. Pero qué bien que nos lo presenta todo. Con mujeres jóvenes y bellas recitando el Libro Rojo y gritando consignas leninistas, así yo también quiero ser marxista.
Salen chicas guapas, una la he reconocido porque salía en Pocilga de Pasolini, y la otra no sé quién es, voy a tener que buscar en el imdb, porque me recuerda a una chica con la que estuve.
También sale el actor fetiche de Truffaut, Jean Pierre Leaud. Y más chicos jóvenes e intelectuales. Viven todos en una casa pintada de colores, con consignas revolucionarias en las paredes y habla y hablan hasta la extenuación. Se dan conferencias ellos mismos y discuten de temas políticos, a veces sin saber lo que dicen.






Dicen que Godard se perdió un poco en esta época maoísta suya, que cuando el arte cae en brazos de la política pierde parte de su atractivo.
Godard siempre es atractivo, porque es francés y lleva gafas y lee a Derrida. Aunque aquí se le ha pirado un poco la chaveta. Pero son de agradecer estas películas-manifiestos.


Aún así, en la escena final un maduro profesor discute con la joven revolucionaria y le hace ver lo estéril de sus planteamientos, la desarma. En el fondo me da pena que siempre las ideas se vengan abajo, que la realidad te ponga en tu sitio; es cierto que los idealismos son peligrosos porque conducen a forzamientos de la realidad que no encajan con el sentido común. Me da pena que estos jóvenes no tengan razón, que no se pueda poner bombas porque se mata a la gente, que se pueda cambiar pero poco, sólo milímetros porque el río de la vida te conduce por el camino trillado, por el cauce ya hollado, por donde se ha de ir.



Un 7,45

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