Tras despedirme de A. y de I., me tomé un kebab en un bar cerca de la Filmoteca, eran las 9 de la noche y yo estaba triste y nervioso, creo que como casi siempre. Quería un kebab con patatas y coca-cola por 5 euros, pero no tenían patatas, así que me tomé sólo y solo el kebab con la bebida, por 4 euros. El camarero parecía malencarado, respondía a regañadientes y yo pensé que era por mi culpa, que le incomodaba mi presencia, no sé. La tele de la cafetería estaba puesta pero yo me senté mirando a la calle: pasaba gente joven que iban a reunirse con amigos para hacer proyectos de crowfunding o que se dirigían a casas destartaladas de Lavapiés a tomarse unos gintonics y reírse muy fuerte. Lo sé porque me lo decían sus caras curtidas en la noche.
Antes de entrar en la sala, vi en el vestíbulo a Raimundo Amador, rodeado de personas, el se reía a carcajadas y todos estaban muy contentos.
Me metí en la librería del cine. Allí me siento bien, pero el dependiente te saluda cuando entras y pienso que he de comprar algo. No lo hago. Una mujer hacía fotografías con el móvil a las portadas de los libros. Hizo una foto a un ensayo de Deleuze; yo ojeé uno de Eugenio Trías, en el que analizaba a directores y películas. Me pareció muy convencional: Hitchcock, David Lynch, Lang, Kubrick, etc.
Me senté en una butaca de un lateral, en el ala derecha del cine. Si hay sitio siempre opto por esa zona, ni muy cerca ni muy lejos, yo y mis lentillas, yo y mi programación usada.
La película bien, en VOSE, cine negro, sórdido; la historia de un detective que no sabe por dónde le vienen los tiros, nunca mejor dicho. Personajes con trajes que les quedan como un guante. Mujeres elegantemente vestidas. Fotografía bien cuidada y un malo malísimo. Un 7.
Me arrastré hacia el metro y me tumbé en el sofá. Vi PuntoPelota y apagué la tele.
Las paredes se derretían y yo con ellas. Los pliegues de los cojines del sofá me hacían daño. Pensé o quizás pienso ahora en quemarme los brazos. Peso 105 kilos. Estoy vacío y fracturado. Yo también quisiera habitar un cuerpo bueno. Y no que las calles ardan.